Escribir lo que no se nombra, el oficio de Brenda y Arianna

Lo que no se nombra no existe y hay demasiados fenómenos y situaciones de las que no se dice nada -o muy poco- simplemente porque el miedo, el tabú, la autocensura o la violencia misma imponen su ley. Pero en la XXIII Feria del Libro de Bucaramanga dos invitadas de honor se encargaron de esa difícil tarea bajo la moderación de la docente Jennifer Paola Umaña Serrato. Ellas fueron la mexicana Brenda Navarro y la venezolana Arianna de Sousa-García.

Navarro (Ciudad de México, 1982) ha sido redactora, guionista, reportera, editora, colaboradora de organizaciones defensoras de derechos humanos, fundadora del proyecto “Enjambre Literario” -que publica obras de mujeres- y es autora de las novelas “Casas vacías” -que ha sido traducida a siete idiomas- y “Ceniza en la boca”.

De Sousa-García (Puerto La Cruz, 1988) es una periodista exiliada en Chile, que se desempeña como editora, librera y promotora de cultura. Es autora de “Atrás queda la tierra”, una conmovedora novela sobre el dolor que provocan el despojo y la violencia. “La historia de millones de venezolanos, pero también de todo quien haya tenido que sufrir el exilio… es el testimonio de la catástrofe de una nación que una madre le intenta contar a su hijo, un pequeño niño que no se siente parte de ningún país, sino de todos al mismo tiempo”.

Arianna compara esa misión de la escritura con el juego del gato y el ratón, persiguiendo las palabras para poder narrar hechos dolorosos como el de la migración, un camino que han debido tomar ella y millones de sus compatriotas que han tenido que cruzar las fronteras de su país en la búsqueda de un mejor futuro para sus familias. “Fue muy difícil y demandó mucho trabajo. Tuve que buscarlas mucho, pero cuando venían lo hacían en montón”, dice, contando que se demoró cinco años largos escribiendo su libro. “Forma parte de esa búsqueda de la palabra más cercana a lo que uno quiere referirse, a la construcción de la imagen más similar y en mi caso también al sonido, porque me gusta que el texto tenga una musicalidad y un ritmo que marque la lectura”. De Sousa-García lleva a cabo un ejercicio de cautelosa aproximación que por más que avance no termina.

En contraposición, Brenda piensa de partida en lo que sí se nombra. En sus dos novelas parte de hechos como la desaparición, en la primera, y el suicidio de un niño, en la segunda. “Todo lo que no se nombra es justamente lo que queda. A mí eso es lo que me interesa… lo que no parece trascendental de un acto público y cómo se vive”.

Navarro va detrás de esas cosas que no se nombran y que cuando ello se hace es poniéndole una etiqueta tipo migración, racismo o xenofobia. Lo que hace es dar un paso adelante para hablar del duelo, del descubrimiento de la crueldad de la vida y de cómo las relaciones de amistad y de familia son las que sostienen a una persona mediante la ternura. Es más fácil y llamativo quedarse en esos hechos, insiste, invisibilizando todo lo que está a su alrededor.

De la experiencia migratoria en concreto, Brenda señala que las narrativas oficiales han dicho que es un derecho humano porque todos tenemos la libertad de transitar por el mundo, pero por otro lado la migración tiene que ver con las fronteras y éstas son un negocio específico que permite que muchos estados-nación sobrevivan gracias a la explotación de las personas que migran. “Todo esto nos lo cuenta la narrativa oficial para generarnos miedo de migrar y nos ponen imágenes de gente sufriendo, de gente siendo asesinada y de gente que pierde a su familia, con lo cual nos están diciendo que migrar es malo y mejor quédate en tu lugar. El proceso migratorio viene de la propia condición humana y de cómo la condición humana ha hecho que el ser humano se quiera mover. Nos moveremos siempre y que nos nieguen esa naturaleza cultural es lo que me parece que hay que problematizar en la literatura y en todas las disciplinas artísticas”, contextualiza.

“La vida es movimiento y no podemos dejar que nos metan la idea de que las fronteras existen porque tienen que existir, y existen porque son un verdadero negocio”, afirma Navarro, quien pone en entredicho enunciados como que quien migra es criminal o que solamente cierta gente puede traspasar fronteras. “El lenguaje, las palabras, lo que no se nombra es lo que nos permite poder narrar esa experiencia migratoria que cuando la vivimos cuesta mucho relatar cómo lo hicimos y tiene que pasar mucho tiempo”, asevera.

Arianna comenta que cuando lo que está en juego es la vida y lo que sucede es el hambre, la desaparición y la muerte, su novela y las de su colega mexicana persiguen lo mismo: esa necesidad de nombrar lo que no ha podido ser nombrado.

De los cambios concretos que pueda generar una obra como la suya, De Sousa-García es escéptica. “Todo lo que podemos hacer desde la literatura tiene que ver con esa insistencia en nombrarlo”, acota, a la espera de que en realidad los gobernantes de turno generen políticas públicas que encaren y brinden soluciones efectivas.

“Casas vacías” le enseñó a Brenda Navarro que hay un dolor muy grande en el hecho de que alguien desaparezca y que las madres de los desaparecidos salieron a las calles a buscar a sus hijos con el afán de encontrarles vivos o, al menos, recuperar sus cuerpos. “Ahora tenemos en México una sociedad lo suficientemente consciente de que sabemos sobrevivir y de que debemos dejar de esperar en el sentido de la esperanza y de desesperar y salir a buscar otras formas de querer vivir. Son las madres de las personas desaparecidas en mi país quienes han puesto en jaque no solo al Gobierno y las narrativas oficiales, sino también lo que significan conceptos como justicia y dolor”.

“Con esperanza de darte una vida en la que pudieras bañarte, tomar la fórmula adecuada para tus alergias y tu hambre, porque en esos días ya comíamos poco y mal y de mi pecho brotaba cada vez menos leche, cada vez menos dulce, y tú llorabas de hambre y yo lloraba contigo hasta que encontrábamos alguna zanahoria y hacíamos ese colado que tanto te di o sucedía un milagro como ese día cuando salía del trabajo que vi una torre de peras de venta en una esquina. Hacía meses, quizás años, que no veía una. Pensé en ti. Ya tenías un año y nunca habías olido una pera, probado una pera, mordido una pera, nunca su jugo generoso había resbalado de tu boca…”, lee Arianna, con voz sentida, pensando en su hijo que leerá la novela cuando cumpla sus 15 años y marcada por la nostalgia que le generan grandes ausencias como la de su abuelo, a quien todos los días echa de menos.

De Sousa-García no calcula qué pueden decir sus lectores con respecto a lo que escribe, porque su encrucijada es entre el libro y ella. En él cuenta qué ocurre al interior de las casas y de las familias, aunque recupera noticias sobre la migración venezolana “para hacer notar algo que parecía que solo nos dolía a nosotros y llevarlo a un formato que sea más duradero que las redes sociales”.

Brenda también accede a la invitación de la moderadora y lee un fragmento para el público que llenó la Sala Editorial de Ulibro 2025 “Vidas Narradas” en su primer día de actividades. “Yo entendí a Diego. Desde que llegamos a España estábamos como amputados, pero sin diagnóstico. Como que nos faltaba algo, pero todos lo negaban. ¿Faltarnos algo? Al contrario, si lo habíamos conseguido todo: casa, papeles, mamá, qué nos podían amputar. Pues México, pensaba yo, nos amputan México. Pero México no como país, sino como lo que dicen que es saudade. Te da saudade, te enfermas, te mueres un poco. Cómo no iba a entender a Diego. ¿Qué es lo que más te encabrona de vivir aquí?, le pregunté una vez. Que ya no puedo bailar, me dijo un día. Ya no bailamos, y era verdad. Ya no bailábamos. Ya no había casa de los abuelos ni lugar para poner música a todo volumen, ni comida caliente, ya no había infancia. Habíamos dejado de ser…”.

Una escritora mexicana y una venezolana que se atreven a buscar palabras para relatar sus vivencias, que son las de tantos que puedan mirarse en sus libros convertidos en espejos. Una literatura que quiebra al más impasible o apático; unas novelas que por deber ético rompen con todo. Que escarban y exploran las heridas en lugar de esconderlas con curitas adhesivas.

Brenda y Arianna afirman que optaron por no hacerse las tontas al poner estos temas sobre la mesa, “aunque los tontos también son bienvenidos en el mundo y los necesitamos”.