Discurso de Brenda Navarro en la inauguración de Ulibro 2025

Vivimos tiempos mediocres. O eso nos dicen. En realidad nos dicen muchas cosas. Y nosotres decimos otras más. Lo que es indiscutible es que hay una conciencia clara de que las palabras son los conductos que tejen o destejen vínculos social y políticamente y desde los discursos oficiales nos narran con insistencia que vivimos en la mediocridad. Toda palabra configura. 

Como escritoras, como escritores, como agentes culturales, como lectoras y lectores, como ciudadanía que se convoca año con año a acudir a acontecimientos que permiten el ejercicio de los derechos culturales como el que inauguramos hoy, tenemos esa conciencia del uso de las palabras para construir y vincular mundos, poseemos la capacidad de enfocar nuestra perspectiva más allá de lo que dicen los altavoces estructurales, porque a decir verdad, aunque sea cierto que vivimos tiempos mediocres, la mediocridad muchas veces también es punto de partida. Es decir, si estar en medio significa que nada sobresale, pero tampoco cae definitivamente, entonces, hay algo suspendido que espera a ser motivado, que necesita el empuje de una fuerza que reactive ese camino a medio hacer, a medio reconstruir. La mediocridad entonces, se vuelve campo fértil. Y para la literatura, que es lo que nos convoca hoy, es una posibilidad. 

Profundizo: Las personas que trabajamos con el lenguaje y las historias, sabemos, además, que al narrar, siempre es mejor empezar a media res, ya que el principio puede dilatar las cosas y por otro lado, empezar in extremis, siempre es demasiado tarde. Los finales y los inicios nunca han sido tan dramáticos o relevantes como cuando sabemos que estamos llegando a romper algo, a distorsionarlo, a incendiarlo. 

Brenda Navarro en el conversatorio «Escribir lo que no se nombra»en Ulibro 2025. / Foto Pastor Virviescas

Llevo un tiempo pensando en lo que sucede en el mundo y en el papel que tiene la literatura dentro del ejercicio de la ciudadanía, que es como separar al autor de la obra, o no. Toda persona que escribe es ciudadana, pero no todo ciudadano es escritor, ergo, quienes tenemos la posibilidad de usar la palabra como herramienta de trabajo y de ser escuchadas, no podemos dejar de ejercer esa ciudadanía y el gozo de la libertad de expresión, por “nuestro arte”. El arte es una expresión de creatividad humana, la ciudadanía es un derecho que eventualmente nos lleva a esa creatividad, no puede pertenecernos a unos pocos sólo porque no queremos perder nuestro privilegio de ser tratados como “distintos”. Así como peleamos porque dejen de creer que la genialidad tiene musas, así debemos de renunciar a la idea de que quienes escribimos somos musas de nadie. ¿Y qué podemos ser si no queremos ser musas o inspiración de nadie sino problematizadoras de la condición humana? Pienso en Momo, ese personaje griego que personificaba el sarcasmo y la censura y cuyo papel en el mundo occidental era el de hacer críticas y burlas hacia los dioses y los humanos por igual. Momo, el llamado dios de las y los escritores iba a media res entre lo público y lo privado, ya que detrás de su máscara, señalaba las otras máscaras, especialmente las del poder y las dejaba en evidencia, para después, irse bailando hacia la hoguera e incendiarse. Momo, provocaba el incendio, incluso sabiendo que corría el riesgo de ser quemado. Por lo tanto, in media res está bien, porque llegar a la medianía ya contiene una comprensión del mundo y nos invita a actuar con lo medio roto, con lo medio inservible, con lo medio bueno, con los claroscuros, con los matices, con la complejidad. Creamos la posibilidad de crear. 

Así entonces, quien decide crear no puede decir que ha partido de la inocencia, al contrario, tiene que asumir de forma ética frente a sí, pero también frente a quienes le mirarán ponerse la máscara de Momo, que tomará una postura firme a la hora de escudriñar una historia, en donde el fuego creativo, en todo caso, provoque la reacción y la combustión necesaria para transformar la mediocridad en otra historia, en otro tiempo. 

La concepción sobre que dentro de nuestros procesos creativos el tiempo es la suma simultánea y sucesiva de todos los ahoras sucediendo y que por lo tanto, el mayor reto al llegar a este mundo ordinario, mediocre, campo fértil para el fuego, es que hay que comprendernos dueños y esclavos de la finitud de nuestro propio tiempo.

Brenda Navarro presentando su libro «Casas vacías» en Ulibro 2025. / Foto Erika Díaz

¡¿Qué vamos a hacer con nuestra propia finitud y con la finitud de nuestras ideas? ¿Nos vamos a atrever a incendiar la mediocridad a la que nos exigen pertenecer estos tiempos convulsos y extraños narrados desde una estructura endeble que desesperada prende fueguitos para ver si alguien más crea el incendio a su favor? ¿O seremos el incendio de nuestro propio tiempo y de nuestro propio lenguaje para incendiarlo todo colectivamente? 

La literatura, colegas, es un acto colectivo en el que ahora mismo, la libertad de expresión resiste con mayor ahínco que en otras disciplinas artísticas, no sólo porque materialmente sólo necesitamos de nuestro cuerpo y de nuestras manos paraa escribir, sino porque el lenguaje nos pertenece y le pertenece a todes. Podemos conectar con mayor facilidad porque lo abstracto, la imaginación es más humana que material. Y tenemos la suerte de que hoy la literatura todavía quiera ser nuestra. Vaya regalo y fortuna. No es poca cosa. 

Hoy estamos aquí, para celebrar que creemos en la literatura, que nos queremos relacionar con ella y que como en toda relación, hay que ser recíprocos y es tiempo de la reciprocidad. Y la reciprocidad empieza desde el lugar donde queremos narrar y ser narrados. Nosotres lo sabemos bien, o hay que saberlo bien, no escribimos para la posteridad, -la posteridad no está en nuestras manos- tampoco escribimos sólo para cuestionar; escribimos porque dentro de la escritura, el lenguaje (el calor dispuesto a ser fuego), y el tiempo que somos nos da gozo y el gozo es la energía, es el combustible desencadenante, que puede dar coherencia al caos de la realidad. El gozo le da sentido al hastío de la ligereza y la pesadez de nuestra finitud. Se escribe y se hace literatura para que existan otros tiempos más allá del nuestro. ¡Qué viva la literatura, qué viva la universidad, qué viva la feria del libro de Bucaramanga!